Cuando
empecé a ver The 100 hace creo que algo más de dos semanas, ya había leído
cosas francamente interesantes sobre ella: recomendaciones y entradas en blogs
que hablaban sobre una serie arriesgada; que, aunque con sus fallos, planteaba dilemas
morales complicados; y con un nivel de empoderamiento femenino muy elevado como
señalan, por ejemplo, en el El Diario de Mr. MacGuffin o en El Blog de las Series Americanas. Así que allá fui, sabiendo de mi debilidad por toda serie en
la que aparezcan mujeres badass.
Prejuicios fuera
De primeras,
vamos a dejar algo claro. Por supuesto que The 100 no es una serie como
Breaking Bad o The Good Wife, que juegan en otra liga y en otro ámbito. Tampoco
es una gran super-producción fantástica como Game Of Thrones. Pero no le hace
falta. Es una serie de ciencia ficción joven, entretenidísima y que cuenta lo
que quiere contar. Y con eso ya mola mucho. Lamentablemente, carga con el
estigma de ser una serie de The CW (casa de múltiples series románticas
destinadas a un público adolescente), lo que echa para atrás a muchos que, de
cualquier otra manera, ya le hubiesen dado una oportunidad hace tiempo.
Obviamente, The 100 tiene cierto tono teen irremediable, ya que sus
protagonistas son 100 adolescentes que son enviados de vuelta a la Tierra para
testar si es habitable. Pero Buffy Cazavampiros, Veronica Mars o Freaks And
Geeks también eran series adolescentes y rayaron la genialidad. Así que haced
el favor de dejar los prejuicios en casa.

La supervivencia ante todo

(Nota: A partir de aquí meteré algún que otro SPOILER, andaos con ojo.)
En la primera temporada
presenciamos la toma de contacto de estos jóvenes “delincuentes” (encerrados en
celdas del Arca por haber cometido algún tipo de delito) con la superficie de
la Tierra, the ground que le llaman.
Una parte cree que ahora que están allí pueden hacer lo que quieran, con eso de
ser los primeros humanos de vuelta a la Tierra y poseer la libertad de no ser
controlados por leyes y adultos. Así que Bellamy Blake toma el mando, quiere
hacerse el machito y piensa que todo va a ser jauja allí abajo. Craso error.
Aunque la radiación no les afecta, pronto descubren que hay muchos otros
peligros. El primero y eje sobre el que gira la trama de esta temporada: que no
están solos.
Los grounders llevan viviendo allí todo ese tiempo, han logrado
sobrevivir y, quizás por ello, sus costumbres son duras y violentas. Es la
única forma que han encontrado de salir adelante. Son una sociedad de tipo
tribal, con su propio idioma, jerarquías y normas; en donde la lealtad y la
supervivencia del grupo están por encima de todo. Así que los sky people (como los llaman) son una
amenaza para ellos al haber ocupado su territorio. También están los reapers (¿homenaje o plagio a los reavers de Firefly?), una suerte de
pseudo-tribu caníbal muy peligrosa. En medio de este panorama, Clarke empieza a
ganar terreno sobre un Bellamy al que todo se le va de las manos. Su liderazgo
innato e inteligencia, así como ser la única con ciertos conocimientos médicos,
la convierten poco a poco en la verdadera guía de los 100.

Pero nada es fácil, los
guionistas lo tienen claro. No es una serie fan-service
que pretenda contentar a su audiencia. La gente muere, los romances (que tienen
su cuota) pasan a un segundo plano y quedan supeditados al desarrollo de la
historia. Es interesante ver el cambio que se va operando en cada personaje a
medida que se enfrentan a los problemas: la evolución de los Jasper, Octavia,
Finn, Murphy... y, sobre todo, de un Bellamy al que pronto la realidad obliga a
poner los pies en la tierra para acabar convirtiéndose en el importantísimo segundo
líder que el grupo necesita. Porque Clarke va antes, es el cerebro de todo.
Hasta los políticos que llegan del Arca terminan dándose cuenta y son los grounders los que demandan hablar con ella cuando se organiza un encuentro entre
líderes.
The 100 está lejos de ser una
serie perfecta, pero sí es una serie ambiciosa que no teme mostrar sangre y escenas
físicamente dolorosas, que se las arregla para engancharte desde casi el
principio y que pone al límite a sus personajes ante disyuntivas casi
imposibles.
Los ovarios encima de la mesa
Así de claro. Porque al menos tenemos algo positivo en un mundo tan hecho mierda como este: Que no importa el sexo, la orientación sexual o el color de tu piel. Sólo importan tus méritos, tu esfuerzo, el que seas lo suficientemente fuerte y valiente para sobrevivir. Se trata de no morir y todo lo demás es irrelevante (de esto nuestro mundo bien podría aprender algo). Y en oposición a vete tú a saber cuántas series, en The 100 son ellas las que ocupan casi todos los puestos de poder y manejan el cotarro.
De Clarke ya está todo dicho.
Pero también tenemos a Octavia Blake, que empieza casi como una niñata
pseudo-rebelde con ganas de hacer lo que se le antoja (al conocer su pasado se
entiende el por qué), para terminar convirtiéndose en toda una guerrera.
Comparar los primeros momentos de Octavia en la Tierra con los últimos en los
que, con su pintura de guerra puesta, patea culos muy locamente, es revelador.
O Raven Reyes, un prodigio de conocimientos mecánicos y técnicos que es capaz
de hacer bombas con un líquido combustible de la nave o soportar el dolor de
una cirugía sin anestesia. Abby no se queda atrás y decide que tiene que hacer
lo que sea por su hija, se enfrenta a los jefes y termina siendo más respetada por
su propio pueblo que ellos.

Si The 100 estuviese emitiéndose
en otro canal, ya se estaría hablando de ella como una de las mejores series de
ciencia ficción de los últimos años. Estoy segura. Sobre todo tras esta segunda
temporada, en la que Clarke Griffin se ha coronado como un personaje más oscuro
y carismático, la líder nata que todos esperábamos, que hace lo que sea por los
suyos, la única capaz de forjar alianzas, de tirar del carro en los momentos
duros, que se ve obligada a asesinar, que aprende sobre la traición y el
sacrificio, que termina jodida y literalmente se marcha diciendo “yo cargaré
con ello para que no tengan que cargar los demás”. Confirmada está la tercera
temporada.
May we meet again, Clarke.